Si lo piensas bien, el mundo de tu acción y tu actividad es un gran tesoro.
Lo que haces debe ser digno de ti; propio de tu atención, dignidad y autoestima. Si puedes amar lo que haces, crearás belleza. Tal vez al principio no ames tu trabajo, pero la faceta más profunda de tu alma puede ayudarte a llevar la luz del amor a lo que haces. Entonces lo harás de manera creativa y transformadora.
En Japón cuentan una hermosa historia sobre un monje zen
El emperador tenía un ánfora magnífica, antigua y de diseño bello y muy complejo. Un día alguien la dejó caer y el ánfora se rompió en miles de fragmentos. Convocaron al mejor alfarero del país, quien intentó reunir los fragmentos, pero fracasó. El emperador lo hizo decapitar y llamó a otro alfarero, quien también fracasó.
Esto continuó durante semanas, hasta que no quedaba un artista en todo el país, salvo un anciano monje zen que vivía en una cueva en la montaña con un joven aprendiz. Éste fue a palacio, recogió los fragmentos y los llevó a la cueva.
El monje trabajó durante varias semanas y finalmente apareció el ánfora. El aprendiz la contempló, sobrecogido por su belleza. Los dos la llevaron a palacio, donde el emperador y los cortesanos los recibieron con gran expectación. El anciano monje zen recibió una recompensa generosa y volvió con su aprendiz a la cueva.
Sin embargo un tiempo más tarde, cuando buscaba un objeto perdido, el aprendiz encontró algunos fragmentos del ánfora. Rápidamente corrió hacia su maestro y le dijo: «Mira estos fragmentos! no es verdad que los reunieras todos ¿Cómo pudiste hacer un ánfora tan bella como la que se rompió?».
Entonces el maestro respondió: «Si haces tu trabajo con amor en tu corazón, siempre podrás crear algo bello».